jueves, 10 de septiembre de 2009

Inconcluso

No sabía como seguir adelante, simplemente no sabía. El camino se hacía cada vez más estrecho, más oscuro, más sinuoso. Los árboles caían a medida que ella adelantaba un paso…deseaba que todo fuese un sueño. Sentía sus sentimientos pisoteados, su ilusión deshecha, su corazón hecho añicos, su alma pesada y moribunda, su culpa…su dolor…su culpa…su culpa. El le había mentido. El. Lo más importante, la prioridad, la felicidad, sus pensamientos, su ilusión eterna. Ahora, su peor pesadilla.
Erika había sacado la conclusión que Descartes tenía razón. Estaba convencida de que había o debería haber algún genio maligno que pusiera todo su empeño en hacerle creer que todo lo falso era verdadero. Así había sido el…algo falso que ella lo veía como algo hermoso, verdadero, único…propio.
Erika también llegó a la conclusión que El no era ni hermoso, ni verdadero, ni único y mucho menos propio. El había sido solo el producto del empeñado genio maligno. Ella no había sabido distinguir entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la fantasía. El había sido tan solo el príncipe azul de los cuentos de hadas.
Lo deseaba de vuelta profundamente, pero ella sabía que ella no podía estar de vuelta con el…que el “no la amaba”, que el no la merecía.
Erika se dijo a si misma que la realidad no estaba en El, sino en ella, que ella construiría a partir de entonces su propia realidad. De poquito a poco levantó entonces una muralla mucho más alta y resistente que la anterior tan criticada por El. Mucho más fría, desinteresada y apática. Muralla a la que El no podría acercarse. La muralla protegió su corazón, enfermo terminal que de a poco pareció empezar a dar señales de mejoras milagrosamente.

J.Caufield

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