
No frunzas el entrecejo, madre. Ni cierres los ojos resignada. Que la vida es bella. Y este domingo 28 del corriente también será bello. Porque habrá vida, preciosa vida, patriota vida al latir tu corazón junto a los corazones de treinta y siete millones de argentinos.
-Discurso mío de pacotilla. Sueños míos, vuelos con escala en la militancia, la ideología improvisada y en el porteño chamuyo del choripán y la Coca. ¡Poetisa criolla!
No actúes indiferente, madre, ante tanta campaña y tanto bosquejo de democracia. No mires con recelo al hombre sonriente de la fotografía, que lo promete todo para darnos nada. Pues imagínate, madre, cuando sea mi rostro de eslava muerta de hambre el que te cruces cada tarde por la autopista, allí, erguido por sobre algún edificio. Lo prometo todo, para darles… ¿qué? No te angusties, madre, que la convicción perece resentida. Las ideas son solubles si se trata de saldar, pragmática, deudas del pasado.
Entonces imagínate, madre, cuando mi voz aguda, agudísima dé discursos capaces de hacer volar a cualquier iluso. Cuando la cruz se me corrompa y mis oídos sean sordos a los llantos de los inocentes. Imagínate, madre, cuando alguien te recuerde cuán dulce, cuán casta hubo sido mi alma en algún etéreo tiempo y que ahora, en aquel futuro, ahora, madre, ahora, revuelco mi decencia por entre colchones influyentes. No te aflijas, madre, que si parpadeas hacia un lado verás una ciudadana intachable -y un lifting facial. Hacia el otro, verás a la esposa y madre perfecta -¡tan perfecta, oh, Señor, que culpa a sus hijos por las estrías que el embarazo le legó! Te pagaré viajes, madre, te compraré carteras, oh, madre, y tendrás que decir que soy la hija que siempre deseaste tener.
Pero es mentira. Y ambas lo sabremos. Pues imagíname, madre, siendo la codicia, el egoísmo, la lujuria, la envidia, ¡oh, el mal encarnado! Encarnado en mí, en la pobre niña que llora si ve sangre y que pega sus ojos a las telenovelas más mundanas.
Mírame hoy, madre, y mírame para siempre. Tan pequeña, tan triste, tan incapaz de una mentira.
O no. O quizás una luz centelleante ilumine mi condenado sendero. ¡El amor! ¡Oh, el amor! Que el amor se haga carne en mí y que el odio jamás logre envenenar mi corazón. Porque aquí estoy yo, llena de amor. Aquí estoy yo, sólo yo, ninguna otra.
No les prometo nada, pero les daré todo. Madre, madre mía Argentina, que sean mis hijos los tuyos y que sean los tuyos, los míos. Seremos una, ¡oh, patria mía! Pues si me votan, compañeros, seré la madre de esta nueva Argentina.
-Discurso mío de pacotilla. Sueños míos, vuelos con escala en la militancia, la ideología improvisada y en el porteño chamuyo del choripán y la Coca. ¡Poetisa criolla!
No actúes indiferente, madre, ante tanta campaña y tanto bosquejo de democracia. No mires con recelo al hombre sonriente de la fotografía, que lo promete todo para darnos nada. Pues imagínate, madre, cuando sea mi rostro de eslava muerta de hambre el que te cruces cada tarde por la autopista, allí, erguido por sobre algún edificio. Lo prometo todo, para darles… ¿qué? No te angusties, madre, que la convicción perece resentida. Las ideas son solubles si se trata de saldar, pragmática, deudas del pasado.
Entonces imagínate, madre, cuando mi voz aguda, agudísima dé discursos capaces de hacer volar a cualquier iluso. Cuando la cruz se me corrompa y mis oídos sean sordos a los llantos de los inocentes. Imagínate, madre, cuando alguien te recuerde cuán dulce, cuán casta hubo sido mi alma en algún etéreo tiempo y que ahora, en aquel futuro, ahora, madre, ahora, revuelco mi decencia por entre colchones influyentes. No te aflijas, madre, que si parpadeas hacia un lado verás una ciudadana intachable -y un lifting facial. Hacia el otro, verás a la esposa y madre perfecta -¡tan perfecta, oh, Señor, que culpa a sus hijos por las estrías que el embarazo le legó! Te pagaré viajes, madre, te compraré carteras, oh, madre, y tendrás que decir que soy la hija que siempre deseaste tener.
Pero es mentira. Y ambas lo sabremos. Pues imagíname, madre, siendo la codicia, el egoísmo, la lujuria, la envidia, ¡oh, el mal encarnado! Encarnado en mí, en la pobre niña que llora si ve sangre y que pega sus ojos a las telenovelas más mundanas.
Mírame hoy, madre, y mírame para siempre. Tan pequeña, tan triste, tan incapaz de una mentira.
O no. O quizás una luz centelleante ilumine mi condenado sendero. ¡El amor! ¡Oh, el amor! Que el amor se haga carne en mí y que el odio jamás logre envenenar mi corazón. Porque aquí estoy yo, llena de amor. Aquí estoy yo, sólo yo, ninguna otra.
No les prometo nada, pero les daré todo. Madre, madre mía Argentina, que sean mis hijos los tuyos y que sean los tuyos, los míos. Seremos una, ¡oh, patria mía! Pues si me votan, compañeros, seré la madre de esta nueva Argentina.
Por Sissi von Heidler
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